Dificultades del japonés III: onomatopeyas
Continuando con nuestra serie de aspectos complejos del japonés que dificultan su aprendizaje, toca hoy referirnos a su hiperabundancia de onomatopeyas. Por si no alguno no lo sabe, ese es el nombre que se usa para referirse a las palabras que expresan sonidos, como el miau del gato o el guau guau del perro.
El desafío que nos presentan estas palabritas es que son muy distintas entre cada idioma. Basta comprobar que en inglés, el gallo no dice «quiquiriquí», sino que «cock-a-doodle-do», lo que, como hispanohablantes, seguro nos suena de lo más raro. Entonces, no es de extrañar que en japonés los sonidos mencionados hasta ahora sean ñaa-ñaa, wan-wan y kokekokko. Si los comparamos, podemos vislumbrar ciertas similitudes fonéticas, pero siendo honestos, si los vemos por primera vez, no tendríamos idea de qué significan, porque surgen de la interpretación particular de cada lengua ante un mismo sonido. Es decir, los gatos nipones hablan igual que los americanos, pero su sonido se transcribe distinto.
A partir de los ejemplos anteriores podríamos pensar que las onomatopeyas se refieren solo a los ruidos de los animales, pero no, ya que tenemos otros ruidos, como tic-tac o paf. A medida que vamos expandiendo el rango de sonidos posibles, nos vamos encontrando con la gran diferencia y dificultad que las onomatopeyas japonesas revisten para los hispanohablantes. En español solo tenemos unas cuantas y en realidad no nos ponemos muy de acuerdo con qué significan: tuturutú podría ser una trompeta o quizás otra cosa. Además, tendemos a considerarlas como lenguaje infantil e informal, y tienen poca presencia en la lengua escrita, también porque nos cuesta reconocerlas como tales. Eso sí, eso no quiere decir que en el lenguaje oral no usemos sonidos, de hecho si nos prestamos atención veremos que sí, y mucho. Pero no son onomatopeyas reconocidas por todos, son imitaciones subjetivas de ruidos que dependen mucho del contexto. En general las usamos de forma inconsciente y prácticamente nunca las escribimos.
Por otro lado, el japonés tiene una infinidad de onomatopeyas muy específicas incorporadas en el lenguaje cotidiano y que se escriben sin ningún problema en casi cualquier tipología textual. Además, el hablante japonés las siente tan evidentes y autoexplicativas que en la comunicación con extranjeros puede incluso usarlas en mayor medida, pensando que se darán a entender mejor.
Pero eso no es todo. Aparte de las onomatopeyas clásicas, que representan sonidos, tienen una clase adicional de palabras, formalmente parecidas, que representan sensaciones, estados psicológicos o emociones. Así, pekopeko significa tener hambre y dokidoki, estar nervioso. Colectivamente, reciben el nombre de gitaigo (擬態語), que literalmente significa «palabras que imitan estados». En lenguaje técnico, se conocen como «palabras miméticas», o sea, que imitan. Dado que el hablante nativo no hace diferencia consciente entre ambos tipos de onomatopeya, veremos que su uso es abundante y abrumador para quien aprende el idioma, sobre todo al principio.
Como aspecto curioso, incluso existe un gitaigo para expresar el silencio: shiin (to).
Asimismo, las numerosas onomatopeyas sonoras y emotivas del japonés nos plantean importantes desafíos de traducción, puesto que nos obligan a buscar estrategias para transmitir su significado, usando por lo general otras categorías gramaticales, ya que los casos en que coinciden con las del español son contados. Y si llegan a coincidir, muchas veces el tipo de texto, el estilo o la formalidad del texto meta no nos permitirá usarlas.
De todas formas, no deja de ser un mundo diverso y fascinante para todo aquel que quiera zambullirse en sus peculiaridades.
¡Cataplum!